El nacimiento de la industria moderna
El proceso inicial de industrialización, tuvo lugar en cuatro etapas. El proyecto ilustrado de modernización incluyó grandes manufacturas reales de inspiración colbertista, en sectores de interés estatal, como el armamento, los productos de lujo (porcelana, cristal, tapices) y los monopolios públicos (tabaco); mientras que en lo que respecta al sector algodonero (más comparable a las instalaciones textiles de la primera revolución industrial inglesa), afectó sobre todo a Barcelona (fábricas de indianas), pero no tendrá continuidad por razones bélicas. Entre 1830 y 1854, de nuevo Cataluña incorpora algunas innovaciones textiles con la mecanización del algodón; en Asturias se inicia la siderurgia, y en Málaga se crea otra siderurgia que pronto fracasaría. Entre 1854 y 1866, la construcción de gran parte de la red ferroviaria se convierte en el factor principal de unidad del mercado nacional, contribuyendo decisivamente a consolidar la industria textil catalana. Por fin. en el período 1874-1898, se refuerza el proceso de industrialización en los sectores textil y siderometalúrgico de Cataluña y la franja cantábrica, respectivamente, porque son zonas más accesibles a Europa debido a su situación costera septentrional, y en el caso astur-vasco porque, además, es la zona mejor dotada en recursos básicos, como el carbón y el mineral de hierro.[editar] El siglo XVIII
Barcelona y la vertiente septentrional vasca tenían ya una rica tradición comercial, artesana y de relaciones internacionales con Europa y América, muy propicia a la innovación. Este ambiente favorable acogió en la primera mitad de siglo, en Cataluña, las nuevas técnicas de trabajo del algodón y de la siderometalurgia, que estuvieron a punto de introducirse en Vascongadas y lo hicieron débilmente en Asturias. La guerra de la Independencia primero y las guerras Carlistas después frustraron estos proyectos.Las primeras manufacturas de indianas y lienzos estampados aparecieron en Barcelona durante el primer tercio de siglo, en los años 1720 y 1730, al abrigo de una política proteccionista, con medidas tales como prohibir la entrada de géneros extranjeros y asignar subsidios a la importación del algodón y de otras materias primas. Según se desprende de las «Ordenanzas de Fábricas de Indianas, Cotonadas y Blavetes», que fomentan la calidad de la producción y obstaculizan la proliferación anárquica de los establecimientos. En 1756 existen ya 15 fábricas con franquicia real, y otras tantas sin ella. En la segunda mitad de siglo sigue la expansión: 25 unidades, de las que 2 se hallan en Manresa y una en Mataró. Se trata de fábricas de escasa dimensión, con 100 telares la mayor, y entre 14 y 50 la mayoría. En 1775, además del número de fábricas de indianas, se sabe que entre todas dan empleo a unas 50.000 personas, en su mayor parte mujeres y niños. En la década de 1780 el número de establecimientos controlados se eleva a 62.
Por lo que respecta a las fábricas de algodón, el aumento es también progresivo: en 1796 hay un total de 135 fábricas de estampado de lienzo y algodón, más 35 fábricas de tejidos de diversos tipos. De acuerdo con este ritmo de crecimiento, Cataluña ocupa en 1780, fecha en que se introducen las primeras máquinas tipo "Jenny", el segundo lugar como potencia algodonera, detrás de Inglaterra. El mercado nacional, y sobre todo el americano, son los clientes del hilado y tejido de algodón, sector que en vísperas de la guerra de la Independencia ocupa a más de 20.000 personas, que trabajan en más de 4.000 telares distribuidos en pequeñas empresas de tipo familiar. La destrucción de la infraestructura textil durante la guerra es el punto final de esta dinámica de corte europeo.
En cuanto a Vascongadas, la Real Sociedad de Amigos del País intenta crear un ambiente propicio para las nuevas técnicas de trabajo del hierro, mediante el envío de «becarios» a Suecia e Inglaterra, y el estudio y la experimentación en el Seminario de Vergara. La mentalidad conservadora de la burguesía y de la nobleza, dueñas de las ferrerías, supone un obstáculo a estas iniciativas, así que la actividad vasca continúa centrada durante el último tercio del siglo XVIII en el comercio que se ejerce desde Bilbao y San Sebastián, en Vitoria y en los puertos secos o aduaneros de Tolosa y Valmaseda, así como en Azpeitia.
Tampoco tienen éxito los esfuerzos realizados en Asturias para modernizar la explotación del carbón e iniciar la siderurgia.
[editar] El siglo XIX
Dos sectores que en el centro europeo aparecen como catalizadores de la revolución industrial, el agrario y el comercial, no sufrieron cambio alguno en la España del siglo XIX. El sector agrario continuó fijado a las estructuras tradicionales de orden técnico e institucional, y por ello no demanda productos de la siderurgia ni de la química. Pero lo más significativo son las estructuras agrarias, caracterizadas por la acumulación de la tierra en régimen de latifundio en la mitad meridional del país, y por la fragmentación de la propiedad en multitud de explotaciones en la mitad septentrional. Se añaden a los hechos anteriores unos bajísimos niveles de renta de los campesinos, lo que reduce también la demanda potencial de bienes para un posible mercado industrial.Entre otros factores que obstaculizan la modernización, hay que citar la inestabilidad que suponen los numerosos cambios de gobierno, lo que se traduce en una política industrial contradictoria. Al proteccionismo moderado (1802-1819), sucede el liberalismo moderado (1820-1849) y un largo período de librecambismo (1849-1891), para terminar en un cerrado proteccionismo que caracterizará la política económica española hasta mediados del siguiente siglo. A las guerras de la Independencia y Carlistas sucede un ambiente de guerra civil e inestabilidad interior, que, añadido a las guerras coloniales (1813-1824) y a la progresiva desvinculación de América, dura hasta 1876 y acaba con el tenebroso cuadro de 1898.
Con la escasez de capitales y la tardía creación de una infraestructura financiera que pudiera abarcar todo el territorio nacional, se entiende que la iniciativa y financiación de origen exterior tengan un papel decisivo en la explotación de los recursos. La Europa industrial utiliza a España como abastecedora de materias primas, en pocos casos elaboradas, sobreexplotando los yacimientos situados en las proximidades de los puertos.
Entre los minerales que atraen en primer, lugar la inversión y la tecnología extranjeras, aparecen tres: el cobre, el cinc y el plomo. Al oeste de Sierra Morena, en la provincia de Huelva, hay una banda cuprífera que incluye piritas y blendas, cuya explotación la inicia en 1855 una compañía francesa, a la que sucede en 1866 otra inglesa. Esta última creó un complejo químico para la producción de sosa cáustica y de ácido sulfúrico en Tarsis, aunque la producción se exporta en su mayor parte sin manipular. En Río Tinto, al Estado sucede en 1873 un consorcio bancario que se apoya en la experiencia extranjera. En 1881, casi la cuarta parte de la producción mundial de cobre es española, y de ella un 70 por ciento procede de la cuenca onubense. También en Sierra Morena y en las estribaciones costeras de las montañas Béticas (Andalucía oriental y Murcia), abundan las minas de plomo, que serán intensamente explotadas por ingleses y franceses, hasta colocar a España en el segundo puesto de la producción mundial de ese metal. Respecto al cinc, la mayor reserva de mineral localizada en Reocín, permitirá sentar los cimientos de la industria química de Torrelavega (Santander). Hay que añadir a las mencionadas explotaciones el mercurio de Almadén (Ciudad Real), cuya comercialización corre a cargo de la familia Rothschild. Otros minerales no metálicos, entre los que destacan las sales potásicas y la sal común, las magnesitas y el espato-flúor, serán objeto de aprovechamientos ulteriores.
La explotación de los yacimientos de mineral de hierro de Vizcaya y Santander representa la más importante aportación española a la industria europea, concretamente inglesa, pero también es el punto de partida más relevante de la industrialización vasca. El descubrimiento en 1856 del convertidor Bessemer, que mejora la cantidad y la calidad del acero siderúrgico, y que necesita de un mineral no fosforoso, favorece la industrialización de la cuenca de Bilbao-Somorrostro-Galdames-Guriezo y de la bahía de Santander. A fines del siglo XIX, España se ha convertido en el gran exportador europeo, y el capital británico y muy en segundo lugar el francés organizan la infraestructura mercantil, técnica y viaria.
[editar] Los recursos energéticos
El potencial hídrico, debido a la abundancia de la red fluvial de montaña, y los recursos carboníferos, conforman la base energética sobre la que se va a asentar nuestra primera industrialización. Con todo, aparecen ya en el siglo XIX los problemas e inconvenientes que presenta el aprovechamiento de los ríos y las bajas calidades y dificultades extractivas del carbón.Tanto la irregularidad del régimen fluvial como la estacionalidad de los caudales son graves obstáculos a su aprovechamiento. No obstante, las primeras innovaciones se implantan de forma dispersa tanto en Cataluña —fijaciones textiles en medio fluvial— como en Guipúzcoa, con instalaciones papeleras, ambas en la primera mitad de siglo. Más tardía es la explotación hidroeléctrica. En 1875 se crea la primera central eléctrica con fines industriales en Barcelona, y en la última década de siglo se establecen otras más en la vertiente vasca, aunque su tamaño es reducido.
Es notoria, por su parte, la defectuosa estructura de los yacimientos hulleros y de antracita (localizados en Asturias-León, Ciudad Real y Córdoba) y su alto grado de dislocamiento y estrechez de las capas, en ocasiones verticales, así como el grado de impureza (de un 60 por ciento frente a un 32 por ciento de los carbones ingleses y al 40 por ciento de los alemanes y franceses), lo que resta calidad al coque; también contribuye a esta precariedad la fragmentación de las minas y de las empresas, y esto dificulta y hace costosas, entonces y ahora, su rentabilidad y explotación. Aun así, la extracción de carbón posibilita en la segunda mitad del XIX la siderurgia asturiana, aunque sea necesario acudir a las importaciones para mejorar la producción de coque, y aunque se requieran medidas proteccionistas que primen al carbón nacional sobre el exterior.
[editar] El período 1830-1936
A partir de los años 30 y hasta 1854, discurre un período caracterizado por tres factores: la recuperación industrial en Cataluña, la continuidad del comercio como actividad principal en el País Vasco, estimulado por la intervención extranjera, y el desarrollo siderúrgico en Asturias, basado en el carbón, y en Málaga, aprovechando el mineral de hierro.En 1832 se crea la primera fábrica de hilaturas que incluye la máquina de vapor en su proceso fabril. En 1840, la hilatura está ya casi totalmente mecanizada. Este proceso se prolonga en la segunda mitad de siglo y cuaja definitivamente en el último tercio, una vez se ha acabado de tender la red ferroviaria, lo que asegura la casi total unidad del mercado interior. Y el nacimiento y desarrollo del sector lanero, posterior al del algodón, va a situar a Cataluña en un puesto central en nuestro ramo textil.
A mediados de siglo nace un pequeño espacio algodonero en seis núcleos guipuzcoanos. A fines de siglo, se crean algunas fábricas de tejidos e hilados de yute para hacer sandalias y alpargatas en tres villas, y Vergara se especializa en la producción de tejidos bastos para ropa de trabajo en las fábricas («azul de Vergara»).
El sector textil catalán se diversifica también en distintos eslabones, que funcionan como industrias derivadas a lo largo de la primera mitad de siglo (química de colorantes, maquinaria y bienes de equipo textiles
En cuanto al sector siderúrgico, durante la primera mitad del XIX se dibuja una triple localización. En 1832 se inaugura en Málaga el primer establecimiento moderno, que en una primera fase se instala en Marbella, utilizando el carbón vegetal, y en una segunda en la capital de la provincia, acudiendo al carbón de importación; esta segunda empresa empleará a unos 2.500 operarios. A partir de 1848 empieza el ciclo moderno asturiano con apoyo de capital inglés y francés. En 1846 y 1848 se montan dos establecimientos siderúrgicos en Santander y Bilbao-Bolueta, respectivamente, que utilizan el carbón vegetal debido al mal resultado que producen los primeros ensayos con la hulla asturiana. Entre 1850 y 1875 la siderurgia asturiana figura en primer lugar (Mieres, 1848 y 1879), La Felguera, 1859; Gijón 1879. Vizcaya continúa volcada hacia la extracción y exportación del mineral de hierro, que será en el último tercio de siglo el factor principal de su consolidación siderúrgica, al utilizar el carbón inglés en calidad de flete de retorno. Entretanto, la siderurgia andaluza desaparece, debido a su alejamiento y dependencia de los altos costos del carbón.
A finales de siglo XIX y hasta 1930 tiene lugar un reajuste de las energías regionales, que sitúan en el primer plano de la industria nacional a la región vasca, por el volumen y la diversificación de sus actividades. Desde 1879 a 1902, Vizcaya pasa a ocupar el primer puesto en la producción de lingote, en una secuencia de iniciativas que culmina en 1902 con la creación de la sociedad Altos Hornos de Vizcaya. La siderurgia desencadena procesos de eslabonamiento hacia adelante, con el desarrollo de un importante sector naval, primero, y de material ferroviario después. La fundación de una banca regional que pronto extiende sus actividades al ámbito nacional (Banco de Bilbao en 1857 y Banco de Vizcaya en 1906, entre otras entidades financieras de menor importancia), facilita las grandes inversiones que exige la industria pesada. Desde el foco bilbaíno, la siderometalurgia se difunde hacia Guipúzcoa a través de un complejo de pequeños asentamientos, que contaban ya con una tradición industrial y que a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX van modernizando poco a poco sus instalaciones, introduciendo en la última década la electricidad, y conviniéndose algunos de ellos en subcentros difusores: Éibar respecto a la industria de armas; Vergara y Mondragón en la cerrajera; Legazpia en diversos utillajes.

Acción de la sociedad Altos Hornos de Vizcaya.
Al margen de la metalurgia, se desarrollan otros sectores, entre los que ocupa un lugar importante el papel. En 1841, Tolosa, en el Valle del Oria, se convierte en un foco difusor que alcanza hasta el cinturón de San Sebastián, al ser creada en 1902 la Papelera Española.
Consolidada la industria siderometalúrgica entre finales y principios de siglo, se hace posible la oferta de maquinaria y utillaje que permita comenzar con la revolución agrícola, pero es necesario a la vez completarla con la industria química. Nace ésta en los años setenta, y aparece ligada a la demanda de la minería, las obras públicas y el ejército. La fabricación de explosivos (iniciada en Galdácano-Vizcaya y Lugones-Oviedo) permite producir abonos a partir de subproductos.
La Sociedad Española de la Dinamita, creada en Bilbao en 1872, produce ya a fines de siglo superfosfatos con carácter derivado. Pocos años después, en 1904, tiene lugar la creación de la S. A. Cros, en Barcelona, que se destina en exclusiva a la fabricación de superfosfatos. Tras una serie de intentos, la década de los veinte incorpora la fabricación de fertilizantes nitrogenados de forma independiente en Sabiñánigo, con base en la electrólisis, y en La Felguera como derivados de la siderurgia.
Aparte estas vinculaciones agrarias, el sector químico continúa prácticamente en estado embrionario hasta 1936; como importantes excepciones cabe señalar la fabricación de sosa y cloro en Flix (1897, capital alemán) y en 1908 en Torrelavega (Solvay, belga). Finalmente, desde principios de siglo pervive la presencia y el predominio de las iniciativas extranjeras en el sector minero, y la recién nacida industria eléctrica (General Eléctrica en Bilbao).
[editar] La consolidación como país industrial
La política económica de autarquía y nacionalismo iniciada después de la guerra civil de 1936-1939, y que dura casi veinte años, va a ser poco propicia a las innovaciones. Como novedades relevantes de este período están la conversión del Estado en agente industrializador y el inicio de la industrialización de Madrid.A fines de los años cincuenta comienza una nueva etapa caracterizada por un doble proceso, de concentración y crecimiento en las regiones-centro, y de difusión hacia sus periferias inmediatas. Se produce así una ampliación del mapa industrial, que queda formado por dos grandes ejes o zonas de elevada densidad industrial, el cantábrico y el mediterráneo, cuyos extremos coinciden con la Galicia costera y con Murcia. Ambos ejes aparecen unidos por el valle del Ebro a través de Zaragoza En el resto del país, las economías de aglomeración y de escala, junto con la planificación estatal, explican por un lado que Madrid se convierta en una región industrial, y por otro que se implante la industria en algunas ciudades del mediodía.
Es lógico afirmar que el crecimiento industrial funcione como un agente del desarrollo urbano, con elevados crecimientos metropolitanos, aunque también afecte a las capitales provinciales y a núcleos de nivel inferior. El paso de una sociedad tradicional a una sociedad industrial y urbana de masas, se lleva a cabo con un retraso de unos quince a veinte años respecto a los países de Europa occidental, aunque con un ritmo mayor.
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